El mito de los resentidos
CIUDAD DE MÉXICO — Entre una parte de las élites mexicanas corre la idea de que el apoyo al presidente Andrés Manuel López Obrador proviene del resentimiento y la venganza. De un grupo social que, debido a su baja calidad de vida, quiere castigar a los ricos y llevarlos a la bancarrota. En esta percepción, revivida en columnas y ensayos, los votantes de López Obrador son resentidos rencorosos, vindicativos y cortoplacistas.
No es así. Por el contrario, el sentimiento que motiva el apoyo a López Obrador es la percepción de que las cosas van mejorando y la esperanza de que mejoren. No es el odio el que mueve el voto hacia Morena, es el optimismo.
A pesar de que la pandemia ha sido un duro golpe a la economía mexicana —el PIB cayó un 8,5 por ciento en 2020—, muchos consideran que la situación es mejor que antes. El porcentaje de personas que se considera clase media ha aumentado con respecto al inicio del sexenio, sobre todo entre las personas que se identificaban a sí mismas como parte de los estratos más bajos de ingreso. Se trata de un asunto de percepción más que de una realidad, pero esa visión habla de razones no relacionadas con el resentimiento para el apoyo continuado a López Obrador.
El número de mexicanos que se clasifican como de estrato socioeconómico bajo se ha reducido enormemente durante los primeros tres años de gobierno de AMLO, de ser el 27 por ciento de la población a solo el 20. Esto ha implicado también un aumento en el porcentaje de personas que se consideran clase media, de ser un 68 por ciento en 2018 a ser el 79 por ciento en junio de 2021.
El problema es que el actual gobierno no parece estar equipado ni encaminado para mejorar la situación de la mayoría de los mexicanos y ese optimismo de tantos podría terminar en una situación desastrosa en el futuro próximo: si la alternancia no ha funcionado, ¿qué detiene a los electores de desconfiar aún más de la democracia (de 2010 a 2018, el apoyo a la democracia ha bajado de casi el 49 por ciento a casi el 38)?
La mejora perceptual de clase socioeconómica probablemente está relacionada con el incremento del salario mínimo, el cual ha aumentado un 44 por ciento desde que comenzó el sexenio, causando que, antes de la pandemia, la pobreza laboral llegara a su mínimo en 12 años. Y también a los programas de transferencia de efectivo que, si bien no distribuyen más recursos que en el pasado, probablemente sí llegan a una cantidad mayor de personas. Se estima que entre el 60 y el 75 por ciento de las familias tienen al menos un familiar, típicamente un adulto mayor, que recibe algún tipo de apoyo del Estado.
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Pero atribuir el apoyo a López Obrador al resentimiento es un mito. De hecho, lo que domina en México es otro mito: que la pobreza se debe a la falta de esfuerzo y no a fallos estructurales que limitan la movilidad social y ensanchan la desigualdad. Según una encuesta de 2018, más del 20 por ciento de los mexicanos creen que la pobreza existe porque la gente no trabaja lo suficiente para salir adelante por sí mismos, y el 43 por ciento de los mexicanos creen que pueden ser ricos. La verdad es que la probabilidad de que una persona que nació en una familia de estratos bajos de ingreso llegue a ser rico es menos del 3 por ciento.
Entiendo el éxito de la hipótesis del resentimiento entre las élites mexicanas: para ellas es más sencillo creer que el éxito de López Obrador se debe a que sus votantes están resentidos que asumir su responsabilidad en crear un país en el que la riqueza se ha distribuido tan mal. En México, los niveles de pobreza, el poco gasto social, la acumulación de la riqueza en unos cuantos y la permanencia de un modelo económico que favorece los salarios bajos han creado una sociedad donde la movilidad ascendente es extraordinaria. Tal pareciera que las élites no ven eso, o no quieren verlo, porque prefieren vivir complacientes en un mundo donde los vindicativos, rencorosos y malos son los votantes de López Obrador.
A pesar de que López Obrador no ha logrado modificar de fondo ese México desigual, su popularidad permanece alta porque ha capitalizado la esperanza de un futuro mejor para quienes no lo han tenido. No porque haya capitalizado el rencor hacia quienes sí.
Y por ello el gran temor de las élites no debe ser “a los resentidos”, sino a las consecuencias de una posible frustración acumulada si este gobierno tampoco resuelve los problemas de fondo de la desigualdad. Si el gobierno de López Obrador no consigue resultados suficientes, se podría abrir un profundo abismo de liderazgo.
Evitar ese abismo debe ser la meta principal de todas las fuerzas políticas —a la izquierda, la derecha y el centro— para evitar la llegada de un candidato aún más nocivo para la democracia. Evitarlo requiere acciones críticas y urgentes que deben implementarse en los próximos tres años, cuando serán las próximas elecciones presidenciales.
La primera es una reforma fiscal que permita que México aumente de manera significativa su gasto social y desarrolle programas nuevos que ayuden a las pequeñas empresas a ser más competitivas y crear mejores empleos. Esta reforma deberá centrarse en que el 1 por ciento más rico de México, los principales beneficiarios del sistema fiscal actual, paguen su justa parte. Este sector es el que menos paga impuestos.
A la par, una segunda reforma deberá dar mayores atribuciones y facilidades operativas a la Comisión Nacional de Competencia (COFECE) a fin de que pueda eliminar monopolios y facilitar la innovación en varias industrias. La COFECE no tiene atribuciones vinculantes ni tiene capacidad operativa para vigilar reglamentos locales que son, en muchas ocasiones, los principales inhibidores de la competencia. Esto debe cambiar.
Finalmente, el gobierno debe volverse un promotor efectivo de talento, tanto a nivel individual mediante una educación pública bien financiada, como a nivel empresarial, mediante inversión pública estratégica. Se debe empujar el desarrollo de industrias que tengan capacidad de promover un crecimiento económico justo, en beneficio de todos, pero especialmente de los más desfavorecidos. La meta debe ser crear una economía que crezca de manera igualitaria, y no solamente una que crezca para después tener que redistribuir.
México puede y debe crecer para todos. El resentimiento no es lo que lo impide sino un entramado fiscal, de mercado y empresarial que beneficia a muy pocos, a expensas del resto. Es más dañino para el análisis político del país —y más difícil encontrar soluciones— si se reducen las explicaciones de la popularidad del presidente a la de resentimientos falsos.
Publicado originalmente en The New York Times / Viri Ríos (@Viri_Rios) es analista política. / Foto: Luis Jorge Gallegos/EPA vía Shutterstock