Por Leonardo Zaleta Juárez / Cronista de Poza Rica.
Una de las mayores desgracias que han enlutado el corazón de Poza Rica es la que ocurrió en el Cerro del Mesón el 25 de enero de 1970.
El avión que transportaba a los periodistas asignados a la gira del candidato oficial a la presidencia de la república, era un Douglas DC-3 propiedad de la Comisión Federal de Electricidad, que carecía de instrumentos modernos, habilitada con asientos, y conducida por un piloto experimentado que no conocía la zona. Quiso el infortunio que esa mañana se estrellara contra el cerro oculto entre la nubosidad de techo bajo y poca visibilidad.
Los 14 reporteros y fotógrafos enviados por los más importantes medios de comunicación procedentes de la capital perdieron la vida, empeñados en su tarea de informar el hecho noticioso. Los 4 integrantes de la tripulación y un misterioso pasajero que custodiaba un valioso portafolio, fueron víctimas de la fatalidad.
Esta página del acontecer político fue estudiada y analizada desde distinta óptica.
Luis Echeverría, siendo Secretario de Gobernación, tenía bajo su mando a la Dirección Federal de Seguridad y a la Dirección de Investigaciones Políticas. El presidente Díaz Ordaz recibía informes plagados de distorsiones o medias verdades, algunas originadas en una importante embajada, lo que nutría la percepción de una conjura comunista para derrocar al gobierno. Sustentado en esos datos tomaba decisiones. Se negaba al diálogo. Se atrincheraba en el principio de autoridad. En el primer círculo, se percibió que Gobernación manipulaba la salida violenta al movimiento estudiantil, mientras la Defensa Nacional preparaba un operativo para desalojar la plaza y capturar a los dirigentes del Consejo Nacional de Huelga, el 2 de octubre de 1968.
Se había planteado un anodino intento de diálogo entre los estudiantes y dos funcionarios del gobierno, que carecían de facultades institucionales para llegar a una solución negociada.
A diez días de la inauguración de los Juegos Olímpicos, el ejército actuó conforme a las instrucciones recibidas, pero al llegar a la plaza fue agredido por francotiradores apostados en el edificio de la Secretaría de Relaciones Exteriores y otros en los edificios circundantes de la unidad habitacional. Cayó el comandante del operativo y su relevo ordenó fuego a discreción contra los estudiantes estupefactos y desarmados, que pronunciaban discursos arrebatados.
Todavía estaba fresca la sangre inocente de más de 800 víctimas, según cifras emanadas de varias fuentes, cuando en octubre de 1969, Echeverría fue postulado candidato a la presidencia.
Durante la gira, en Morelia, el candidato celebró un mitin en la Universidad Nicolaíta buscando la reconciliación con la juventud. Guardó “un minuto de silencio por los estudiantes y los soldados muertos en Tlatelolco”, lo que en palacio nacional y en los altos mandos del ejército causó irritación.
El general García Barragán se inconformó ante los desplantes asumidos por Echeverrría: ¿de qué lado está ese señor?, preguntó al presidente. Al día siguiente, en el partido hubo instrucciones de acuartelarse, y comenzó el rumor de un posible cambio de candidato.
Desde su estancia en Michoacán, se enteró que se estaba creando una atmósfera para substituirlo, a lo que comentó: “Les va a costar mucho trabajo hacer otra asamblea nacional”.
El jefe del ejecutivo le mandó decir que ante la gravedad del problema, le dedicara su próximo discurso a las fuerzas armadas, lo que cumplió. En una entrevista años después, expresó que advirtió que el presidente empezó a modificar su simpatía por su candidatura.
En enero de 1970, el presidente del partido oficial Alfonso Martínez Domínguez, se entrevistó con el titular del ejecutivo que no ocultó su antipatía por el mustio exsecretario de Gobernación. Captó que la contrariedad era debido a sus constantes alusiones al cambio en la política económica y social, y la tendencia a incorporar jóvenes contrarios al sistema, buscando deslindarse de su responsabilidad histórica. Expresó a Martínez Domínguez que “lo iba a enfermar”. “Estamos a tiempo para hacer una nueva convención. Estate preparado para eso, enciérrate en tu casa tres o cuatro días, vigila el partido por teléfono”, le ordenó. Todo esto lo relata a detalle Jorge Castañeda en su libro “La Herencia” (1999).
En este escenario, inició en Poza Rica la tercera etapa de la campaña proselitista.
Andando el tiempo, el poeta y escritor José Falconi Oliva, hijo del periodista José Falconi Castellanos, enviado a la gira por El Heraldo con Rafael Moya Rodríguez y Jesús Kramsky Stenpreis, en su novela “Fragmentaciones”. (Chiapas, 2005), escrita sobre tan funesto y lamentable suceso expresa la idea de que el accidente podía haber sido un sabotaje.
Ya se había filtrado el diálogo del presidente con el jefe del partido oficial y otras versiones inadvertidas, que trascendieron después que los protagonistas de Tlatelolco y la campaña habían muerto.
A Falconi lo envenenaba la sospecha que el avión no había caído por un error de pilotaje, como se consignó de manera oficial. Los campesinos declararon a un reportero de la edición vespertina de El Sol de México que el avión había estallado en vuelo. Ningún otro medio se hizo eco de esta versión. Inclusive, al día siguiente, la edición matutina de El Sol sólo daba la versión oficial: error de pilotaje. La viuda del piloto reiteradamente afirmó que era una canallada achacarle toda la responsabilidad a su marido, que había sido un piloto altamente experimentado.
Recordaba el velorio en la funeraria Gayosso de Félix Cuevas, donde escuchó a alguien afirmar, tal vez un colega de su padre, que ya se había acallado la versión de los campesinos. “Acallado”.
“Las 19 personas fallecidas cuando se siniestró la nave, habían sido víctimas de un atentado”.
Más se incrementaron las dudas cuando se enteró que en el avión siniestrado iba a viajar Luis Echeverría, y que minutos antes de despegar, los coordinadores de la gira decidieron, por supuestas razones de comodidad, cambiar de aeronave.
Se les argumentó que el candidato, pensando en ellos, les sugería volar en el avión, en principio destinado a él y su comitiva, porque era de mayor capacidad y su comitiva en realidad era muy pequeña. Que ellos, los periodistas eran más y habría más espacio para sus cámaras y demás enseres, en el breve trayecto. Algunos refunfuñaron.
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Miguel Alemán Velasco, funcionario de una importante televisora, fue invitado a ocupar un asiento en la aeronave en que viajó el candidato, por lo que salvó la vida.
En el amplio tramo de 50 años, fueron apareciendo versiones, testimonios e interpretaciones que imprimían más expectación a la tragedia. ¿Dónde quedó la caja negra? El cambio de avión tiene serias inconsistencias, pero lo fundamental era que el presidente había decidido cambiar al candidato. La memoria debe conservar su lugar en la historia, no puede desdeñar la voz de funcionarios públicos o actores sobresalientes, como las expresiones de Díaz Ordaz cuando Echeverría terminó su mandato, no son especulaciones, tienen nombre y apellido sus sustentantes.
La sucesión presidencial fue ríspida. La nación juzgó severamente a ambos mandatarios. El sistema político comenzaba a mostrar signos de descomposición. En 1988 el partido oficial se fracturó. En el 2000 irrumpió la alternancia partidista que resultó errática. Y en el 2018, el hartazgo ciudadano votó por la transformación que México exigía.
En esta ciudad hay quien afirma que después del 25 de enero, dos personajes recorrieron las redacciones comprando fotos relacionadas con el desastre.
Como quiera que fuere, la tragedia del Cerro del Mesón, enlutó hogares, cimbró al gremio periodístico comprometido con la verdad, y conmovió al país. Que sean estas palabras, homenaje y recuerdo a los esforzados comunicadores que murieron en el cumplimiento de su deber (25 de enero de 2022).